En estado de espera...

El viernes fue una noche intensa. Conseguí quedar con mi hermana del alma, mi Jana. Hablamos cada día, pero nos vemos unas dos veces al año o menos, así que hicimos que fuese muy especial.
Fuimos a la exposición de Mucha y después a una tetería donde intercambiamos regalos y, por fin, le di Amor y asco de la Srtabebi, que llevaba en mi estantería meses, esperando el momento perfecto.

Me encanta jugar a lanzar una pregunta silenciosa, abrir un libro al azar y ver qué responde, así que lo hicimos juntas y, no hizo falta que le dijese lo que había pensado, cuando le leí el poema Jana lo adivinó y nos descojonamos de la risa.


Yo no sé si tendré un segundo amor, pero es cierto que pregunté si volveré a sentirlo alguna vez y, por lo visto, sigo en estado de espera.
Eso sí, con la sonrisa puesta y ninguna prisa, queriéndome mucho, sin desesperarme.

Margaret Atwood y nuestros corazones defectuosos


"La mujer que no podía vivir con su corazón defectuoso" de Margaret Atwood
No me refiero al símbolo
de amor, una forma de caramelo
para decorar pasteles,
corazón que se supone
que debe pertenecer o romperse;
Me refiero a este trozo de músculo
que se contrae como un bíceps desollado,
púrpura-azulado, con su piel de sebo,
su piel de cartílago, aislado,
este ermitaño de cueva, tortuga
sin cáscara, esta bocanada de sangre,
sin bandeja feliz.
Todos los corazones flotan en su propio
océano profundo sin luz,
húmedo de oscuridad y brillando ténuemente,
sus cuatro bocas tragando saliva como peces.
Se dice que los corazones laten con fuerza:
esto es de esperar, el corazón
lucha normalmente para no ahogarse.
Pero la mayoría de los corazones dicen, yo quiero, yo quiero,
Yo quiero, yo quiero
. Mi corazón
es más dúplice,
aunque gemelo como lo pensé una vez.
Dice, quiero, no quiero, yo
quiero
, y luego una pausa
me obliga a escuchar
y por la noche es el infrarrojo
el tercer ojo que permanece abierto
mientras que los otros dos están durmiendo,
pero se niega a decir lo que ha visto.
Es una molestia constante
en mis oídos, una polilla atrapada, tambor cojo,
la primera paliza de un niño
él mismo contra los muelles del colchón:
Quiero, no quiero.
¿Cómo se puede vivir con un corazón así?
Hace mucho tiempo dejé de cantarle,
nunca estará satisfecho o adormecido.
Una noche le diré:
Corazón, quédate quieto,
y lo hará.

"La mujer hace las paces con su corazón defectuoso" de Margaret Atwood.
No fue tu ritmo lisiado
lo que no podía perdonar, o tu roja oscura
cabeza de buitre sin piel
sino las cosas que escondiste:
cinco palabras y mi anillo
de oro perdido y la copa azul fina
que dijiste que estaba rota,
esa pila de caras, grises
y dobladas, que juraste
que ambos habíamos olvidado,
los otros corazones que devoraste
y todo ese tiempo descartado que escondiste
de mí, diciendo que nunca sucedió.
Fue eso y la manera
en que no serías capturado,
pájaro astuto sin plumas, rapaz gordo
cantando tu estridente canción atravesada
por tus garras y tu ojo codicioso
acechando alto en la puesta de sol fundida
con el cielo detrás de la tela de mi pecho
para abalanzarse sobre extraños.
Cuántas veces te he dicho:
el mundo civilizado es un zoológico,
no es una jungla, quédate en tu jaula.
Y luego los gritos
de sangre, la ira mientras te arrojabas
contra mis costillas.
En cuanto a mí, te habría estrangulado
con mucho gusto con ambas manos,
apretado y exprimido también
tus gritos de alegría.
Sin corazón, la vida transcurre sin problemas,
sin ese emblema perezoso,
ese león volador, urraca, caníbal
águila, escorpión con sus trucos metálicos
de odio, esa magia vulgar,
ese órgano del tamaño y color
de una rata escaldada,
ese fénix chamuscado.
Pero me has empujado hasta aquí,
vieja bomba, y estamos enganchados
juntos como conspiradores que
somos, y tan desconfiados.
Sabemos que, salvo accidentes,
uno de nosotros finalmente
traicionará al otro; cuando eso pase,
será para mí la urna, para ti el tarro.
Hasta entonces, es una tregua incómoda,
honor entre criminales.